Por regla general es suficiente regar una o dos veces a la semana en invierno y, en verano, debes hacerlo todos los días. En primavera y otoño tendrás que ajustar la el riego según las temperaturas y las lluvias.
La clave es comprobar la humedad de la tierra, bien metiendo el dedo en el sustrato o un lápiz, por ejemplo (si sale limpio, sin tierra “pegada, es que el sustrato está muy seco) o bien utilizando un medidor de humedad, un artilugio muy útil para saber cuándo regar y no demasiado caro.
El agua que necesita cada planta no es exactamente la misma, por lo que para aprovecharla mejor puedes asociar los cultivos en grupos y dar el riego justo a cada uno, teniendo en cuenta que hay cultivos más exigentes y que otros, como el ajo o la cebolla, son capaces de desarrollarse con menos agua:
- Poco riego: ajo, cebolla, garbanzo, lenteja o hierbas aromáticas como espliego, romero, tomillo, orégano…
- Riego medio: guisante, tomate, pepino, nabo y algunas flores de las que usamos para ahuyentar insectos, como la albahaca, la caléndula o el tagete.
- Riego abundante: acelga, alcachofa, apio, calabacín, col, puerro…